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¡HUYAMOS, AHORA QUE PODEMOS! Vol. 1

Cuando Iris y Ana fueron a las fiestas de Villa Despelúcame el Ovejo, el pueblo de al lado, no imaginaron que terminarían la noche huyendo del lugar del crimen. Por un despiste y una mala decisión, acabaron cargándose a Don Pepino, patrón del pueblo, principal reclamo de peregrinación e ingresos, y con él… varios siglos de historia.

Convertidas en prófugas de la justicia, harán todo lo posible por despistar a los vecinos que, de forma incesante e incluso bajo recompensa, buscarán a los culpables.

Pero el destino les pondrá en su camino a dos desconocidos y seductores forasteros, que acabarán siendo sus mayores aliados. ¿O será solo lo que ellas quieren creer?

Descubre esta apasionante historia cargada de intriga, romance, morbo y mucho humor, donde nada es lo que parece y todo parece lo que es.

 

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Lee el primer capítulo

 PRÓLOGO

Cuenta la leyenda, que en una comarca al este de España había dos pequeños pueblos rivales y hermanados entre sí. Su hostilidad se remontaba a siglos atrás, cuando Fernando VI reinaba el país. Mientras este se esforzaba por mantener la paz y la neutralidad frente a Francia e Inglaterra, en Villa Pepino y Villa Despelúcame el Ovejo se desataba la batalla. La confraternización que había entre ellos comenzó a desquebrajarse, afectando a familias enteras, al comercio y a la economía en general de ambos pueblos.

Todo comenzó cuando sobrevinieron los extraños sucesos. Y no hablo de los nombres de sus habitantes, algo a lo que ya estaban acostumbrados y era motivo de orgullo para ellos, sino de algo insólito que sucedió. Era mediados del Siglo XVIII. La natalidad de Villa Pepino, el municipio situado más al sur, empezó a crecer de forma desmesurada. Casi al mismo tiempo, las mujeres quedaban embarazadas de forma simultánea. Lo que al principio aparentaba ser motivo de alegría para los vecinos, pronto se convirtió en una pesadilla. Los niños que nacían se parecían demasiado unos a otros, y las sospechas y el temor de que pudieran proceder del mismo padre se extendió como la pólvora. Varios fueron los hombres señalados como causantes de la masividad demográfica, pero nadie pudo demostrar la culpabilidad de ninguno de ellos. Fueron años muy difíciles, en los que las mujeres eran mal miradas y los hombres vigilados. La incertidumbre y la desconfianza se apoderó de todos y cada uno de ellos. Hasta que un día, alguien entró en la taberna de Villa Pepino afirmando saber quién había sido el culpable: Policarpo, un vecino de Ovejo. Aquel individuo, del que hasta entonces no se había sospechado lo más mínimo, pasó a convertirse en el mayor objetivo de los vecinos de Pepino. Un buen número de ellos se congregaron y acordaron vigilarlo para poder constatarlo. Al cabo de unas semanas, tras perseguir a aquel hombre sin descanso hasta casi acosarlo, comprobaron que era cierto: el parecido entre los bebés y aquel habitante de Despelúcame el Ovejo era desmesurado. Las rencillas no se hicieron esperar, y los maridos de Villa Pepino acabaron prohibiendo a sus mujeres salir del pueblo. Aquello levantó verdaderas ampollas entre ambos municipios, lo que obligó a muchos de ellos a emigrar a otras ciudades por el temor a que media aldea fuesen primogénitos de un mismo padre, lo que podría provocar la extinción de su especie.

Con el paso de los años, el trato entre ambos pueblos fue mejorando. Pero para que nadie olvidase lo ocurrido y la historia permaneciese en la memoria de los vecinos, don Sinforiano, un alcalde que estuvo en el cargo durante dos candidaturas a principios del siglo XIX, mandó construir a un artista ilustre de la provincia una escultura que colocó en la plaza del pueblo, frente al ayuntamiento. La estatua de piedra, pagada con el presupuesto de las fiestas de aquel año y con la recaudación que los habitantes aportaron durante meses, y convertida en la más costosa de la historia toda la comarca, estaba representada por la figura de un hombre desnudo con un enorme pepino en la mano.

El día de su colocación se hizo tal celebración, que en el Pleno siguiente se aprobó por unanimidad que aquella fuese la nueva fecha para celebrar las fiestas locales. Del mismo modo, se acordó que Don Pepino pasase a convertirse en el auténtico y único patrón del pueblo, desbancando así a San Judas, cuya imagen aún preside en el altar de la iglesia. Esta última decisión no sentó nada bien al párroco del pueblo, ni a los que le siguieron, hasta el punto de que, a día de hoy, la diócesis sigue intentando que San Judas vuelva a recuperar el lugar que, según ella, le corresponde.

La fama y la veneración hacia Don Pepino, pese a que su rostro recuerde al Ecce Homo de Borja, pues su creador tenía más de reconocido que de artista, pasó de generación en generación. Lo que antes era un sencillo y desconocido pueblo, tras lo ocurrido, se convirtió en un lugar de peregrinaje para turistas y visitantes venidos de diferentes puntos de España. Y aunque a día de hoy la villa es conocida por su importante comercio de peletería o por albergar la cárcel de máxima seguridad del país, la leyenda sigue viva, y las mujeres siguen visitándolo porque, según ellas, aseguran quedarse encinta… tras tocarle el pepino al patrón.






García de Saura

Autora Novela Romántica





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