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LA CUADRILLA 2

Ulises y Gaby han llegado a un acuerdo. Ahora les toca a ellos llevar las riendas para darles una lección a la cuadrilla. Su relación y la herencia están en juego, y tienen mucho por lo que luchar.

Pero no todos los planes salen como uno desea, y más cuando la veteranía está de por medio. Enredos, celos, risas, emociones y multitud de giros inesperados harán que en el Royal Suites no todo esté escrito, y que las sorpresas lleguen para quedarse. Sobrevivir a ello, se convertirá realmente en su siguiente misión.

Déjate seducir por La cuadrilla, una historia en homenaje a nuestros mayores, que tanto dieron por nosotros y que lucharon por abrir caminos que nos hemos encontrado ya hechos. Para los que fueron, son... y serán.






IMÁGENES
FRANCMASÓN
17/09/2021


Lee el primer capítulo

Capítulo 1

Ulises abrazaba a Gaby por la cintura, con la espalda apoyada en el lateral de su coche; habían vuelto al aparcamiento del Odiseo para que las chicas cogieran el coche de Carmen, que aún seguía allí.

—Recuerda nuestro acuerdo —insistió Gaby, procurando alargar todo lo posible la despedida. Intentaba hacerse la fuerte cuando todo su ser lamentaba tener que separarse de él.

—Que sí, pequeñaja, nadie lo sabrá —respondió él, evitando pronunciar un «lo nuestro».

—Exacto. La cuadrilla no debe enterarse, y aún menos los compañeros o el director.

—Me parece muy arcaica la norma de que los empleados no puedan mantener relaciones entre ellos —apuntó Ulises con cierta molestia impresa en la voz.

—Son cosas del idiota de Ángel, ya lo sabes.

—Algún día le haremos cambiar de opinión.

Gaby arqueó la espalda hacia atrás para estudiarlo.

—¿Qué se te está ocurriendo?

—Tranquila, es solo un comentario —se defendió él con ladina sonrisa.

Ella volvió a su posición para abrazarlo con más fuerza, pero sus amigos aguardaban, y tuvieron que dar por terminado el encuentro.

—Te veo mañana —se despidió él antes de darle un último beso—. Llevad mucho cuidado a la vuelta.

—Vosotros también.

Con una sonrisa tontorrona dibujada en el rostro, Ulises aguardó inmóvil para ver cómo el coche de las chicas se alejaba rumbo a La Manga. Félix llegó hasta él, y no tardó en reaccionar.

—¡Por fin solos! —soltó Ulises para obligarse a pensar en otra cosa y, de paso, no mostrar sus verdaderos sentimientos. Acababa de dejarla y ya la echaba de menos, pero estaban a punto de reencontrarse con sus amigos y no podía permitirse presentarse ante ellos con aquella estúpida sonrisa, de la que él era consciente, y que tanto lo delataba.

—Y que lo digas —le secundó Félix divertido, evitando hacer comentario alguno al respecto.

Aprovechando que Félix estaba en la capital, Ulises había organizado un reencuentro con sus viejos amigos de la pandilla. Ese había sido el plan desde el primer momento tras aceptar la invitación de Almudena, era la idea perfecta para pasar el fin de semana recordando viejos tiempos y volviendo a reunirlos a todos de nuevo. Aunque ahora que acababa de dejar a Gaby, se daba cuenta de lo acertado que fue acceder a la petición de Félix de invitarlas a su apartamento. Las últimas horas habían sido de las mejores que había tenido en mucho tiempo. Ulises era consciente de lo afortunado que era al tener a Gaby a su lado. No podía dejar de recordar su cuerpo, con sus interminables curvas, creadas con el único propósito de despertar sus instintos más primitivos; sus bromas, sus conversaciones, o lo más bonito de ella: su sonrisa. Aquella mujer estaba hecha por y para él, era consciente de ello. Pero también lo era de que tal afirmación lo asustaba y le obligaba a mantenerse en alerta. Sí, debía hacerlo, debía ser frío y pensar con la cabeza, porque él siempre había sido un espíritu libre y nunca apostaba por las relaciones de pareja.

Con ese auto-engaño, Ulises y Félix llegaron a la zona de las tascas, donde habían quedado con la pandilla. En cuanto entraron por la puerta y vieron a los chicos, las chicas quedaron en un simple recuerdo.

Tony e Isaac fueron los primeros en saludarlos. El Rizos, cuyo nombre real era Óscar —el cual les tenía prohibido usar, pues en Murcia se pronunciaba «Óhcah» y él lo detestaba—, prefirió quedarse para el final. Él era el más efusivo de todos y, al llegar su turno, no dudó en coger a Félix por la cadera y levantarlo en peso a modo de bienvenida.

—¡Bájame, cabrón! —le pidió el sicólogo entre risas.

Así era El Rizos, un tío con buen corazón al que le pasaba de todo por su clara falta de filtro a la hora de hacer las cosas.

Tras los saludos y con la primera ronda de copas sobre la mesa, los cinco se pusieron al corriente de sus respectivas vidas, hasta que Tony sacó el tema a relucir.

—¿Y qué tal con las tías?

—Bien —respondió Félix.

—Como siempre —añadió Ulises queriendo restarle importancia, pero con un fallido intento por desdibujar un amago de sonrisa tontorrona.

—¡Uy, me da que aquí alguien no está siendo del todo sincero! —comentó Isaac, al que no se le escapaba una.

—¿Qué nos hemos perdido? —demandó Tony.

—¡No jodas que os habéis encoñao! —soltó El Rizos, sacando su lado más neandertal.

—Yo seguro que no —aclaró Félix justo antes de mirar a Ulises, consiguiendo desviar la atención hacia él. El muy cabrón dominaba a la perfección su profesión, y con su gesto había conseguido desentenderse del asunto y lanzar la pelota sobre el tejado de su mejor amigo.

—¡Eh, alto el carro! A mí dejarme tranquilo —pidió Ulises justo antes de dar un buen trago a su copa.

—De eso nada. Aquí o follamos tos, o la puta al río —se quejó El Rizos.

—No hay nada que contar —se defendió Ulises. Sabía que todo había sido culpa de Félix, por eso no tardó en devolvérsela—. Los dos hemos pasado el fin de semana muy bien acompañados, ¿verdad, colega? —le preguntó mirándolo para desviar hacia él la atención.

—¿Habéis estado en Murcia todo este tiempo sin avisarnos? —Tony hizo la pregunta sin esconder su contrariedad. Ulises les había anulado la cita del sábado por la noche para postergarla a la tarde del domingo sin dar explicaciones, pero ni se le pasó por la cabeza que el motivo fueran unas tías.

—Sí, hemos estado en su apartamento —aclaró Félix dirigiéndose de nuevo a Ulises.

Aquel juego entre ambos se estaba convirtiendo en un duelo peculiar, en el que ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocer nada, y mucho menos a delatarse delante de sus amigos.

—¿Con dos tías? —indagó Isaac.

—Tal cual, colega —respondió Félix con chulería, ocultando con maestría cualquier muestra de sentimiento.

—¿Habéis hecho un «felices los cuatro»? —se mofó El Rizos.

Su burla provocó la carcajada del resto, excepto la de Ulises. Aquella broma, que semanas antes él hubiera considerado divertida o que incluso él mismo hubiera podido gastar llegado el momento, ahora, para su sorpresa, no tenía gracia alguna.

—¡Eso es lo que tú quisieras, cabrón! —le contestó Félix entre risas. Al menos él sí parecía divertirse con sus gracias.

—Deben de ser importantes para que hayáis estado con ellas sin avisarnos —insistió Tony, dejando más que patente su disconformidad.

Ulises se limitó a curvar sus labios para obligarse a mostrar una sonrisa fingida que no sentía, gesto que siguió manteniendo durante un buen rato mientras capoteaba como podía el interrogatorio y las mofas de sus colegas. A diferencia de Félix, que parecía divertirse con aquel juego, él sentía que algo en su interior había cambiado. Por primera vez se encontró incómodo con los que siempre habían sido sus mejores amigos. Sus bromas, lejos de resultarle agradables, ahora eran meras groserías de las que él solo deseaba huir. Sin esperarlo, su mente voló hasta la costa, recordándole sus largas e interesantes conversaciones con Carles, sus vivencias con la cuadrilla y, en especial, la sonrisa de Gaby.

Ulises fue consciente en ese instante de una única realidad: su vida ya no era la misma. ¡Quién se lo iba a decir a él! Hacía unos días todo su mundo estaba aquí, en la capital y junto a sus amigos. Ahora, en cambio, lo único en lo que podía pensar era en las irrefrenables ganas que sentía por largarse a Cabo de Palos. Aquí ya no había nada que lo retuviera o, peor aún, que le interesara. Sus prioridades habían cambiado. O tal vez no eran ellas, sino él el que estaba cambiando.

Inmerso en sus pensamientos, Isaac lo observaba sin que él se diera cuenta. Llevaba un buen rato haciéndolo, y fue el único en darse cuenta de que Ulises ya no era el mismo. Aunque haciendo honor a su conocida y habitual discreción, prefirió guardar silencio. Y así lo hizo durante el resto de la velada, en la que se habló de trabajo, deporte y, sobre todo, de vivencias de El Rizos; el hombre era un pozo lleno de anécdotas, que no de sabiduría, y les dio conversación durante horas.

***

Aquella misma tarde, a más de setenta kilómetros de allí…

—¡Que así no es, pijo! —se quejaba Poli por enésima vez al ver el garabato que Nesita dibujaba en la libreta.

Las dos habían pasado todo el fin de semana intentando descifrar el último sobre. Aquel dichoso cuadrado se las traía, tenían todos los apartados resueltos, y tan solo les faltaba ponerse de acuerdo con el primero.

—Ah, ¿no? ¿Y entonses cómo es, lista?

—Aquí dice «el mapa de España» —aclaró Poli mirando la foto que Flo había subido al grupo de wasap.

—¿Y esto qué coño es?

—La Península Ibérica. No tienes que dibujar a Portugal —advirtió.

—Pero España no es España sin la cara del tío.

—¿Qué tío? —cuestionó Poli extrañada.

Ohú, quilla, estás empaná. Mira —dijo colocándose de perfil junto al dibujo, por decir algo, que había hecho. Para ella, Lisboa era la punta de la nariz del rostro de un hombre visto de lado.

—¡Anda, anda, quita! Dame otra hoja.

Poli cogió el bolígrafo que había sobre la mesita de la biblioteca y dibujó el mapa sin incluir a Portugal. Solo habían gastado como media libreta y dos días con el puñetero acertijo porque ponerse de acuerdo con los resultados era lo más complicado. Pero vencerles a los chicos era una prioridad absoluta y estaba por encima de cualquier otra, y más después de que Carles las retara a resolverlo sin la ayuda de los chicos tras una nueva bronca con Poli.

—¿Y las islas? —cuestionó Nesita al ver que no estaban en el dibujo.

Oño, tienes razón. —Poli se apresuró a añadir unos circulitos mal hechos.

—¡Si Picasso levantara la cabesa! —se burló la andaluza poniendo los ojos en blanco.

—¡Habló la Velázquez! —se defendió la murciana.

—Prefiero a Picasso, que es de mi tierra.

Poli obvió su último comentario para añadir una línea curvilínea bajo el mapa en donde dibujó dos circulitos más.

—Y ahora, ¿pa qué metes a Hibraltar? ¿Es que no sabes que los puñeteros ingleses no nos lo quieren dar?

—Eso lo sé, pero esto no es Gibraltar.

—Ah, ¿no? ¿Y entonses qué es?

—Son Ceuta y Melilla, tontalpijo.

—Ah, vale —admitió, aunque con gesto contrariado y sin apartar la vista del dibujo.

—¿Qué pasa? —demandó Poli al ver el modo en que miraba su obra de arte.

, , no pasa .

—No tienes ni idea de dónde está Gibraltar, ¿verdad?

—¡Oye! ¡Pues claro que lo sé! —aseguró Nesita molesta.

—Señálalo —le pidió Poli.

—¿Pa qué?

—Tú hazlo.

—Está por ahí abaho —respondió la malagueña señalando con el dedo índice una extensión tan amplia que abarcaba desde Canarias hasta lo que sería la costa de Italia. Para ella leer un mapa era el equivalente a leer un texto en japonés.

—¿Y tú eres andaluza? ¡Manda huevos!

—¡A musha honra!

—¡Di que sí! Y mi catedrática en geografía favorita.

Las dos se echaron a reír y Poli alzó la hoja para que ambas la contemplaran. Acababan de resolver el último apartado que les quedaba, el que les concedería la victoria, el que les permitiría desmarcarse del equipo contrario y, por qué no decirlo, el que les brindaba la oportunidad de vengarse de Carles.

En su momento, Poli aceptó su reto sin dudarlo confiando en sí misma y en Nesita. El catalán, en cambio, se arrepintió nada más hacerlo. Su afán por provocar a la mujer que tanto amaba lo había arrastrado hacia la que, de seguro, se convertiría en su derrota más aplastante, algo que pudo comprobar por sí mismo durante todo el fin de semana y que, en la tarde del domingo, volvía a revivir en el jardín del Royal Suites, donde discutía con Flo por el modo en que el hombre del segundo apartado debía cruzar el dichoso río.

—Patinando, ¿cómo si no? —se defendió el madrileño.

—¿Y dónde están los patines, listo? —refunfuñó el catalán.

Pese a que pudiera estar en lo cierto, Flo se negaba a darle la razón.

—Los tendrá guardados en su casa, ¡yo qué sé! —farfulló sin saber muy bien cómo lograrían ponerse de acuerdo.

El resto de cuadrados los tenían más o menos encauzados, y tan solo les quedaba este apartado para conseguir el punto y empatar al equipo de las chicas.

—¡Me cago en el Damián! —gruñó Carles, caminando de un lado a otro—. Todo esto es culpa suya —añadió sabiendo que, en parte, él también era responsable de la situación, pues fue él quien propuso el reto y, por tanto, de no poder contar con la ayuda de Ulises.

Ya se estaba imaginando lo mucho que Poli iba a disfrutar restregándole su victoria porque, de seguro, las chicas iban a ganar dada su nula capacidad para los «puñeteros acertijos de los cojones».

—Deja de quejarte y vamos a ver cómo cruza el barbas este —le pidió Flo sin dejar de mirar la foto.

—¡Una patá en el culo y verás si cruza o no cruza!

—Carles, déjalo y ven a ayudarme.

—Yo paso de calentarme la cabeza con tonterías de estas.

—Ya solo nos falta uno.

—¿Crees que no lo sé? —masculló el catalán mirando el reloj. El tiempo jugaba en su contra, y sabía que de un momento a otro podía producirse lo que más temía.

—Deja de dar vueltas que me estás mareando.

—¡A tomar por culo! Llamo a Ulises y listo —anunció sacando el móvil del bolsillo.

—¡No puedes hacerlo! —le riñó Flo, levantándose para colocarse frente a él. Le sacaba más de una cabeza, pero no le importaba hacerle frente—. Fuiste tú mismo el que propuso hacerlo sin ayuda.

—¿Crees que no lo sé?

—No está bien, Carles.

—¿Ahora eres mi Pepito Grillo o qué?

Flo no sabía si reírse o estrangularlo.

—¡No quiera Dios! ¡A saber qué te pasa por ese cabezón que tienes!

Sin importarle lo más mínimo nada de cuanto su amigo le dijera, Carles desbloqueó el teléfono y realizó la llamada.

—¿Dónde estás? —gruñó en cuanto escuchó la voz al otro lado del teléfono.

—En Murcia, ¿por?

—¿Has resuelto el acertijo?

—No. Ni siquiera lo he mirado, la verdad.

—¿Y a qué collons esperas, si puede saberse?

Ulises soltó una risotada. Aquel hombre era increíble, pero por más irritante que se mostrara, adoraba su genio, y se alegró de escucharlo.

—Capitán, te recuerdo que es domingo —respondió con una sonrisa en los labios.

—Y yo te recuerdo que el marcador va a su favor y que las herencias no entienden de días festivos. ¡Así que deja lo que demonios estés haciendo y ponte a ello!

—A sus órdenes, mi Capitán —se burló Ulises.

Conocía de sobra cómo iba el marcador, y también que Gaby y él habían llegado a un acuerdo, aunque eso no quitaba que, en el fondo, lo sintiera por Carles; al pobre le iba a dar un síncope cuando descubriese toda la verdad.

—¿Sigues ahí? —farfulló el catalán.

—Sí.

—¿Y qué haces que no cuelgas? ¡Esta juventud, no sé dónde tiene la cabeza! —añadió antes de guardarse el móvil en el bolsillo.

Mientras Ulises sonreía a mandíbula abierta tras la llamada, Carles se mostraba taciturno y reticente a aceptar la reprimenda de Flo. Este último volvía a recordarle que no estaba bien lo que había hecho, aunque él solo podía pensar en que lo único importante allí era ganar el tanto a favor de su equipo. Esperaba poder llegar a tiempo para evitar una humillación, lo de hacer trampas era lo de menos, pues el fin justificaba los medios. Debía conseguir equilibrar el marcador y, sobre todo, estar a la altura para poder conquistar a cierta cabezona morena.

Sus pensamientos fueron acallados al escuchar que su móvil y el de Flo sonaron al mismo tiempo. Aquello solo significaba una cosa: se trataba del grupo, y eso no presagiaba nada bueno.

—¿Qué pasa? —demandó Carles al ver la cara que puso el madrileño.  

—Mejor míralo tú mismo —señaló Flo.

Carles volvió a sacar el teléfono del bolsillo y, al igual que su amigo, su cara se descompuso al leer el mensaje.

Grupo Herencia La cuadrilla

Poli: ¡Lo tenemos!

Aquello desató la ira de Carles, que se adentró en el edificio hecho una furia en busca de su amada y mayor contrincante.






García de Saura

Autora Novela Romántica





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